Vacíos que se completan
Al embarcarse en esta travesía, el equipaje de Norair consistía de sueños, sensaciones, interrogantes y dos cámaras fotográficas. Una era la suya y la otra era una reliquia: era la cámara de su abuelo Avedis, “Decidí usar su cámara porque fue una forma de llevarlo a su pueblo natal”, cuenta Norair. “Él fue fotógrafo en Siria, había nacido en Marash en 1913 y en 1920 escapó a Alepo. Con el tiempo, se hizo un fotógrafo conocido. Fue él quien me contó la historia de la familia y mis primeros pasos en la fotografía fueron gracias a él. Cuando él se fue, yo tenía las historias y la cámara”.
Cuando llegó a lo que actualmente es territorio de Turquía, Norar tardó diez días en utilizar su cámara: “primero traté de mirar y de sentir”, dice. Pero cuando lo hizo, logró capturar imágenes que documentan que, además del asesinato de un millón y medio de personas, allí hubo también un genocidio cultural. Casas de dueños armenios saqueadas y destruidas, algunas iglesias vandalizadas, otras que aún guardan su forma pero, naturalmente, sin su cruz, hasta gallineros construidos con piedras jach-kar, profanadas de cementerios armenios. Pueblos enteros que fueron habitados por armenios y hoy ya no existen, pero aún quedan marcas y vacíos, “Ese vacío me hablaba mucho, allí había mucha energía”, cuenta Norair. “Noté que adentro de las iglesias hay pozos gigantes… ellos están, permanentemente, buscando oro. Siempre que llegaba a un pueblo me preguntaban ‘¿Dónde está el mapa? ¿Dónde está el oro? Sabemos que viniste por el oro’. Y yo siempre les contestaba que ‘el oro no está abajo, no tienen que cavar, está arriba: son las piedras y las personas’”, reflexiona. En otro episodio, cuenta Norair, en una de las iglesias de Ani, se encontró con un grupo de turistas turcos con un guía que les explicaba que los frescos de su interior no eran pinturas, sino vandalismo hecho por los armenios que destruyeron una mezquita. Paradojas si las hay.
Si bien es complejo y como bien indica el título del libro, hay un gran vacío allí, Norair insiste en que los armenios deben viajar a su patria ancestral: “Yo insisto con que hay que ir a Turquía. Entiendo el dolor de mi abuelo y el de todos los abuelos, pero la nueva generación tienen que encontrar un lenguaje y canales para que, desde adentro, se pueda cambiar esa historia y contar la verdad. Allí hay caminos para hacer cosas, hay gente esperando por nosotros para lograr la transformación”, asegura.