Jacky Nercessian
“Cuando me preguntan cuál es mi nacionalidad emocional, respondo que ¡soy armeno-greco-estefano-parisino!”
Abordar el pasado nos compromete a emprender un viaje sorprendente en los rincones de una caja negra llena de fragmentos de aquí y de otros lugares, del país natal y de la tierra fatal. Si la mayoría de los armenios tienen el recuerdo del personaje de Apkar, interpretado en Mayrig de Henri Verneuil, también han podido reconocerlo detrás del espeso maquillaje del profesor Espérandieu en Adèle Blanc Sec de Luc Besson. Esto es, porque contrariamente a ciertas ideas preconcebidas, Jacky no encarnó, solamente, roles armenios en las pantallas. Así, supo sentirse cómodo en la piel del turco Mustafa (Le grand voyage de Ismael Ferroukhi), haciendo de judío sefaradí (Le missionaire, Scheherazade, Pitchipoï, Le délice casher) o incluso actuando de argelino cuando le dio vida al personaje de Si Kadour (L´Algérie des Chimeres).
¿Cómo puede uno nacer en Saint Etienne?
A los 64 años, el hombre de la voz grave posa su mirada sin nostalgia sobre los viejos tiempos. Su infancia en Saint-Etienne –durante la guerra de Argelia- en el seno de una familia de sobrevivientes no fue de las más alegres. Sin embargo, es en esta ciudad industrial donde se construyó en buena parte la vida, el espíritu y la carrera de Jacky. Lucien Bartevian, su madre, e hija de un carpintero, había nacido el 15 de julio en Gallipoli (Gelipolu), en el país de Henri Verneuil. Ella había crecido en Kotinia, Grecia, una villa miseria situada en las cercanías de Atenas. “A los 19 años mi madre hablaba cinco idiomas y escribía en cuatro”, dice con orgullo. Los abuelos maternos de Jacky habían logrado escaparse hacia Canakalé a bordo de un navío inglés. Frente al flujo incesante de refugiados y temiendo que el barco se hundiera, los marinos terminaron echando aceite sobre los ellos. “En el fondo todo el mundo tenía razón”, explica Jacky para mitigar las diferentes posiciones, casi filosofando. Para esto, cita una historia del célebre Nasreddine Hodja, la cual nos habla de un juez que no puede evitar darle la razón a todo el mundo: al querellante que se indigna del muro levantado por su vecino queriendo preservar a su mujer de miradas extrañas y también a un testigo del juicio que le reprocha dar la razón a los dos rivales…
Su padre, Parsegh, el menor de una familia de varones y mujeres, cuyos nombres eran Pirapion, Oghimpion (Olympie) y Filor, nació en Yozgat el primero de enero de 1912. Su hermano mayor se llamaba Nerces. En cuanto a Abraham, el patriarca de la familia, era un abogado originario de Kayseri. “Todas las noches mi abuelo hacía una fiesta en casa con los jueces, los abogados y los presidentes de los tribunales” afirma Jacky. “Abraham Effendi era un abogado bien visto en toda la Anatolia central”, nos comenta Verkiné, su prima. Además de su oficio, acumulaba funciones administrativas en Marzvan, ciudad que albergaba un establecimiento escolar americano al que concurrió Nerces. “En 1915, un checheno que trabajaba para mi abuelo, vino a verlo para advertirle del destino funesto que le esperaba. Para escapar de una muerte segura, no tenía otra opción más que convertirse al Islam. Pero el honorable abogado se negó. Es difícil aún hoy conocer los motivos reales de su elección. ¿Fue una cuestión de principios? ¿O bien no creía en el terrorífico destino que le esperaban a él y a su pueblo? Detenido junto con todos los notables de la ciudad, fue salvajemente asesinado y arrojado desde lo alto de un acantilado”.
Jacky recuerda la historia que le contaba su abuela casi como si fuera un eslogan: una mañana dos soldados turcos golpearon la puerta de la casa familiar situada en Hadji Kiur en las afueras de Mazivan. “Cuando mi abuelo se presentó ante ellos, le dijeron que el presidente del tribunal quería verlo con el pretexto de un ‘asunto que no está claro’. Lúcido, mi abuelo se volvió hacia mi abuela y le pidió convertirse al Islam. Le dijo: ‘me van a llevar y no me verás nunca más’. Yo tenía ocho años cuando mi abuela me contó esta historia, me acuerdo que me puse a llorar. Entonces se dijo a sí misma: ‘qué sensible que es este chico’. Ella se repetía tantas veces a sí misma esta historia, que había terminado por inmunizarse”.
Resignándose a cambiar su fe, la abuela Noenzar se salvó, así, junto con sus cinco hijos. Una vez convertida a la nueva religión, los miembros de la familia se vieron obligados a islamizar sus nombres y el pequeño Parsegh de 2 años y medio, fue circuncidado. Pero esta conversión no fue más que una mascarada. Para hacerles creer a sus vecinos que realizaban el ayuno durante el mes de Ramadán, dejaban la luz prendida hasta bien entrada la noche.
Viéndose forzada a trabajar en una pequeña fábrica de extracción de aceite, la abuela se deshizo de sus bienes para poder sobrevivir. Una vez que la guerra terminó, “los turcos comenzaron a acercarse y a dar vueltas alrededor de nuestra tía mayor, Pirapion, que ya estaba en edad para casarse” dijo Verkiné. Presintiendo el peligro, la abuela decidió otorgar la mano de su hija al primer armenio que se hizo presente. Pirapion contrajo matrimonio casi sin pensarlo y partió rápidamente con su familia política hacia Francia. Embarcaron también al mayor de los Nercessian, Nerces, cuyos conocimientos básicos de francés le fueron muy útiles al llegar a destino. Después de hacer una escala de un año en Estambul, la abuela se les unió en Saint-Etienne en 1925 con dos de sus hijos.
A los 13 años, el padre de Jacky fue recogido de un orfanato en el Líbano junto con su hermana Filor y se unió a su familia en Saint-Etienne. Ya no se acordaba siquiera de su abuela. Ni bien desembarcó, el padre de Jacky trabajó duro en las fábricas de ladrillos hasta llegar a tener las manos ensangrentadas “de tanto pasárselos de unos a otros, lastimándose”. A los 19 años, ingresó en el ejército. Luego, sorprendido por la Segunda Guerra Mundial, pasó cinco años como prisionero en el sur de Alemania. Salió destruido internamente. “Es a partir de allí que mi padre rechazó absolutamente todo: Dios, la Iglesia, etc. No comprendía por qué yo me había convertido al protestantismo cuando tenía 16 años”, recuerda Jacky.
Huyendo de la guerra civil griega (1945-1949), su madre Lucie, cuyo hermano fue “repatriado en Armenia Soviética”, llegó a Francia con sus padres. Venía de casarse con Parsegh, a quien conoció a través de un primo. Lucie no dejó nunca de acompañar a su hijo, tanto en sus estudios como en sus primeros pasos en el cine. Así, nos encontramos con ella en la primera película de Mayrig, Diguin Antaram, la lectora de la borra de café. “Ella pronunciaba la ‘r’ con acento griego”, agrega él.
“Yo hacía reír ya que en casa llorábamos”
“Yo vivía como aislado en Saint-Etienne. Es terrible decirlo, pero mi abuela había impuesto a mis padres que me llamaran Abraham. Ella me llamaba Effendi (“maestro”) y cuando íbamos a comer a lo de mis tías (sus hijas), ellas le decían: ‘usted debe cocinarle suberek a Abraham por que es su padre!’”. Su primer nombre lo heredó como una pesada carga.
“Las mujeres que estaban en mi casa, mi madre y mi abuela, lloraban todo el tiempo; entendí muy pronto que debía hacerlas reír.
Ese fue mi primer trabajo como actor. Pasada esa etapa, empecé a hacer reír a toda mi clase para no mostrarles que en mi interior estaba triste”. Hacer reír fue para él como un apoyo, una ayuda. Pero un día aceptó deshacerse de eso. Niño y adolescente, el pequeño Jacky pasó sus veranos en la colonia armenia protestante. Allí conoció a su futura esposa con quien tuvo un hijo, Hmayag. En su búsqueda espiritual, el adolescente encontró en los protestantes una respuesta a sus preguntas e inquietudes, así como las referencias y referentes que le eran necesarios. Al mismo tiempo que su padre caía cada vez más en el alcoholismo, él deseaba cambiar de ambiente. “¡Yo no podía cargar más con todo su sufrimiento! De cargar con el hecho de ser el fantasma de mi abuelo para la madre de mi madre. En un momento dado, exploté!”
¿Qué sentido darle al 24 de abril?
“En casa no festejamos ni los cumpleaños, ni Pascuas, ni Navidad, ya que mi padre era alcohólico y se aprovechaba de la situación para beber aún más”.
Un buen día, se encontró frente a un señor que se llama Henri Verneuil, que en el momento de filmar la escena (que se repitió ocho veces) donde el personaje de Apkar es atacado por soldados turcos, le dijo: “¡hay 1,5 millones de armenios que te miran desde el desierto!”. “Si eso no es meter presión…” sonríe Jacky. Él, “artista no demasiado serio”, no pierde ocasión para decir su verdad:
“En mi casa todos los días pienso en el genocidio, no necesito una fecha para conmemorarlo”.
El hecho de abstenerse a unirse a las conmemoraciones no le impidió hacer su propio camino. Este lo condujo a las afueras de Atenas, a Kokinia. La iglesia Surp Hagop, donde sus padres se casaron, existe aún hoy. Jacky acudió allí años más tarde como peregrino, siguiendo las huellas de otro pasado empapado por el sol del Mediterráneo.
El regreso
Desde hace algunos años, el actor tomó su maleta y alcanzó las orillas del Bósforo para filmar “Bolis” de Eric Nazarian. “Aún quiero ir a Turquía para pronunciar la palabra ‘genocidio’. La primera vez que fui, no me comporté de manera inofensiva y suave, como algunos así lo piensan”. Jacky pisó el suelo de sus antepasados varias veces y allí habló una lengua turca suspendida en el año 1915, aquel idioma turco que hablaba su abuela. Él es consciente de que muchos armenios se reconocen en Apkar por su simplicidad y la humildad de este personaje. “La mayoría de los armenios creen que Henri Verneuil me eligió porque yo era armenio, cuando en realidad soy yo el que lo fue a buscar a él. Podemos decir que prácticamente me impulsé a Henri Verneuil: tenía un día de filmación y ¡me encontré teniendo 35 días!”. Como un símbolo fuerte, él e Isabel Sadoyan – únicos actores de origen armenio del elenco de Mayrig – eran los únicos actores que él tuteaba. A los 64 años este peregrino, actor, comediante de raíces armeno-anatolianas busca continuar su camino libremente hacia más humanidad y humanismo.
La historia fue verificada por el Equipo de Investigación de 100 LIVES.
Créditos de fotos: colección privada de Jacky Nercessian