La población armenia del Imperio Otomano mayormente vivía en condiciones en las que la “confiscación forzosa de tierras, la conversión forzosa de mujeres y niños, la extorsión, la violación y el asesinato” eran prácticas habituales y generalizadas, según expresó Nerses II Varjabedyan, el Patriarca armenio de Constantinopla, ante los representantes de las potencias europeas en el año 1878, en búsqueda de protección. Por entonces, las principales potencias europeas, que incluían a Gran Bretaña, Francia y Rusia, estaban ejerciendo una mayor presión sobre el Imperio Otomano buscando garantizar que las minorías cristianas fueran mejor tratadas.
En junio de 1878, después de la Guerra Ruso-Turca, el Imperio Otomano y las potencias europeas firmaron el Tratado de Berlín. De acuerdo con el artículo 61 del documento, la Sublime Puerta (el gobierno central del Imperio Otomano) iba a implementar las reformas reclamadas por los armenios en las provincias que habitaban e iba a garantizarles la seguridad.