Armenia en la Edad Media

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La historia del pueblo armenio tiene más de tres mil años. Las primeras referencias a Armenia se encuentran en una roca erigida por Darío I de Persia entre el 520 y 518 antes de Cristo, así como en un escrito del cronista griego Jenofonte un siglo después. Durante la antigüedad, Armenia se encontraba en un lugar estratégico entre el Imperio Romano y los Persas. En el siglo IV, Armenia adoptó el cristianismo como religión de estado y en el siglo V creó su propio alfabeto. La caída del Imperio Romano en el año 476 marcó el inicio de la Edad Media y, en ese período, Armenia experimentó invasiones por parte de árabes y bizantinos. Ahora bien, en el año 884 en un momento donde tanto bizantinos como árabes  tenían conflictos internos, la dinastía armenia llamada Bagratuní ascendió al poder.

 

La capital del reino fue la ciudad de Aní, que en su momento de mayor esplendor, tuvo alrededor de cien mil habitantes.

 

Durante la Edad Media, Aní experimentó un crecimiento económico y comercial, se desarrollaron las artes y la cultura. Fue un período donde la arquitectura religiosa armenia tuvo grandes logros y la ciudad se hizo conocida por sus numerosas catedrales y se ganó el nombre de “la ciudad de las mil y una iglesias”. También en ese período se elaboraron manuscritos religiosos y los artesanos armenios hicieron gran cantidad de Jachkars (cruces talladas en piedras con detalles artísticos). 

Sin embargo, ese momento donde se pudieron cultivar los campos, comerciar y crear cultura, dejaría  paso a un período oscuro y de violencia sobre el territorio armenio. En el año 1045 la ciudad de Aní fue atacada por los bizantinos. Unas décadas después, los turcos de la rama Seljuk también saquearon la ciudad. En sucesivas oleadas, el territorio habitado por los armenios sufrió los efectos destructivos de distintos grupos invasores provenientes del Este. Primero, en el año 1236 los mongoles y, posteriormente, Tamerlan y sus ejércitos causarían caos y destrucción en el reino armenio. Las consecuencias destructivas de estas invasiones fueron una fuerte disminución de armenios en sus tierras, una paralización del comercio, de la agricultura así como la destrucción del entramado urbano. A pesar del daño sufrido, un importante factor para comprender la continuidad de este pueblo a lo largo de ese difícil período, fue su propia Iglesia. Esa institución continuó funcionando a pesar de las persecuciones tanto de los gobernantes musulmanes como de las presiones de la Iglesia Bizantina. 

 

El reino armenio de Cilicia

La destrucción de Aní significó el fin de los reinos armenios en sus territorios históricos. Sin embargo, casi dos siglos después, un grupo de nobles de la dinastía llamada Rubenian  -que afirmaba tener vinculación a la anterior dinastía Bagratuni- crearon un reino armenio en el exilio. El reino de Cilicia – a veces llamado también como “la pequeña Armenia”- fue establecido en el año 1199 en la costa meridional de Anatolia.  El príncipe armenio llamado Levon se convirtió en rey recibiendo la confirmación de su corona tanto del Sacro Imperio Romano Germánico, como del Imperio Bizantino.

La historia de este reino estuvo vinculada con distintas fuerzas políticas del período: los cruzados europeos, los Mongoles y el Imperio Bizantino. La capital de Cilicia fue la ciudad de Sis, que se encontraba al interior del reino. El reino armenio pudo aprovechar las rivalidades entre esas fuerzas externas a través de una buena diplomacia. De esta manera, en tiempos pacíficos, Cilicia fue una ruta económica entre Oriente y Occidente. Dentro de este reino habitaron griegos, musulmanes y judíos, aunque el poder político siempre estuvo en manos de los armenios. En Cilicia se adaptaron influencias culturales y normas de gobierno cercanas a Europa. Las relaciones con los francos hicieron que se agregasen vocablos latinos y que se sumaran la letra “f”  y la letra “o” al abecedario armenio para que pudiese adaptarse mejor a los sonidos europeos. Además de las relaciones económicas y políticas, las familias de la nobleza armenia se emparentaron con los europeos a través de alianzas matrimoniales. El reino de la pequeña Armenia se encontraba en una zona donde grandes poderes competían y era escenario de combates donde se disputaba el control de los territorios de Asia menor.

 

Finalmente, en el año 1375 los mamelucos de Egipto ocuparon Cilicia y terminaron con el reino. La tumba del último monarca del reino armenio, Levón V, se encuentra en la catedral de Saint-Denis, cercana a París, donde el rey había logrado encontrar refugio luego de la caída de su reino. Los armenios recién volverían a tener un estado propio en el año 1918 con el establecimiento de la Primera República. 

 

El legado de la Armenia medieval aún está presente en las ruinas de las numerosas iglesias que se encuentran en el este de Anatolia y en los restos de las cruces talladas en piedra.

 

Al mismo tiempo, el período del reino de Cilicia fue un momento donde se desplegó el comercio, la creatividad y un importantísima diplomacia. El legado arquitectónico de la pequeña Armenia aún está presente, tanto en las ruinas de los antiguos castillos, así como en su prolífica producción cultural. Aún hoy pueden apreciarse los manuscritos medievales en la biblioteca especializada llamada Matenadaran que se encuentra en Ereván, la capital de la actual República de Armenia. Los manuscritos medievales contienen complejas miniaturas artesanales que son únicas en su género. Así quedó evidenciado que, durante la Edad Media cuando las espadas y los hombres se cruzaban en los caminos entre Oriente y Occidente, los reinos armenios alcanzaron importantes logros culturales, arquitectónicos  y políticos.

Por Juan Pablo Artinian

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