Y después de eso, ya no lo dejaron irse…
Al martes siguiente fui a la reunión. Les digo ‘muchachos, no puedo seguir más, tengo todo parado. Entonces me dicen: ‘Alberto, te íbamos a pedir que te quedes un partido más, porque no conseguimos a nadie’. Fuimos a jugar a la cancha de Estudiantes de Buenos Aires, de visitantes. Ganamos 2 a 0 también. Y a la reunión siguiente, me dicen: ‘Alberto, nosotros queremos que sigas vos’. Querían que me quede por varios motivos; una porque más o menos tuvimos suerte y la otra porque soy de la colectividad.
Sin experiencia previa como DT, ¿cómo fue hacerse cargo del equipo?
En la primera charla que tuve con los muchachos hice una línea con tiza en el pizarrón, a lo ancho. Y les dije ‘bueno muchachos, a partir de ahora, yo voy a estar acá y ustedes van a estar del otro lado, pero vamos a hacer lo máximo posible.’ ¿Por qué hice ese razonamiento? Para que la brecha fuera más corta. Yo sé lo que se siente como jugador, pero ahora estaba del otro lado. Y evidentemente me entendieron: el primer año saltamos de una categoría a la otra, al Nacional B, y el mismo año saltamos a la A con los 34 partidos invictos.
¿Cómo recuerda esa época?
Con mucho cariño. A pesar de que pasen los años lo tengo como si fuese hoy. Yo soy hincha de River y aquella noche que le ganamos a River era un miércoles y me acuerdo con la algarabía que se habían ido todos al vestuario. Habían apagado las luces y yo pensé ‘me quedo acá, duermo acá adentro’. No me quería ir del Monumental de la alegría que tenía.
Ahora el invicto de 34 partidos se ve como una foto, pero ¿cómo lo vivieron partido a partido?
Cuando subimos al Nacional B empezamos a tener temores lógicos de un recién ascendido. Pensábamos en mantener la categoría, con eso nos dábamos por satisfechos. No solamente yo, todos. Empezó el campeonato. El primer partido con Chacarita empatamos 0 a 0. Empezamos a jugar y yo veía que los rivales no eran más que nosotros. Partido a partido lo analizábamos, tratando de jugarlo. Y así fue que cuando nos quisimos dar cuenta estábamos en la punta de la tabla de tanto partido invicto. Y dijimos ‘ahora hay que jugársela en el campeonato’, y salimos campeones así.
Como hijo de armenios, ¿para usted tenía algún significado emocional o familiar, ser parte de un equipo que tuviera una identidad armenia?
Sí. Y hay un detalle que puede tener que ver con eso: a mí, fuera de Deportivo Armenio, cuando jugaba en otro lado, jamás me expulsaban ni me sacaban una tarjeta amarilla. Y en Deportivo Armenio me echaban cada dos por tres.
¿Por qué?
Será porque cuando había una injusticia o me cobraba algo el árbitro que no estaba de acuerdo lo sentía mucho y reaccionaba.