Hijos de Balt
Por Emilia Erbetta
La primera vez que escuché hablar de Armenia y los armenios fue por un compañero de trabajo de mi papá. Su apellido era (y es) Baltián. Mi papá me explicó que significaba algo así como “hijo de Balt” y a mí me fascinó esa posibilidad de condensar todo un linaje y un origen con tres letras. Era chica y me imaginaba un pueblo de vikingos poderosos, de pelo largo y rubio: los grandiosos hijos de Balt. Pensaba que todos los apellidos debían ser así: me desilusionaba un poco el mío, no me parecía muy heroico llamarse Emilia “Hierba Pequeña”.
No sabía nada de los armenios ni de Armenia. No había escuchado hablar del Genocidio ni de los Jóvenes Turcos, aunque ya había visto varias películas sobre el genocidio judío y de noche fantaseaba, aterrorizada, con una resurrección nazi como si fuera una película de zombies. El pueblo armenio era para mí nada más que un pueblo de hijos de.
La segunda vez que escuché hablar de Armenia fue por la comida. Ya vivía en Buenos Aires y una amiga estaba de novia con un chico armenio y trabajaba en un restaurant idem. Así que gracias a ella conocí el Hummus y fue amor a primera vista. Por su novio, supe que los chicos argentinos de origen armenio, de ese colegio, para ser más exactos, cocinan comida típica para pagarse su viaje de egresados a Armenia. Ahí estaban de nuevo los hijos de Balt y yo empezaba a sospechar que no eran ningunos vikingos y que tenían un vínculo con sus orígenes un poco más fuerte del que yo tengo con mis bisabuelos italianos.
Un día vi la flor en la calle. Era un dibujo poco sofisticado y por eso me llamó la atención. Debajo decía “no me olvides”. Lo vi en Belgrano, lo vi en Palermo, por microcrentro, desde el colectivo y caminando por Agronomía. Si ese era el efecto que buscaba, funcionó: después de cruzarla un par de veces en la calle, googlié. Ya había escuchado hablar del Genocidio Armenio y había leído sobre el tema –muy poquito, una nota al pie- en la universidad. Googleando, supe que, durante abril, las ciudades de Armenia eran pura flor violeta: un no me olvides insistente y lacerante para recordar la matanza no reconocida por Turquía y ninguneada durante décadas por el resto del mundo.
Unas semanas después, pasando lista frente a un nuevo curso de estudiantes de periodismo, encontré un apellido terminado en –ian. Le pregunté a mi nueva alumna, Sofía, si era armenia y charlamos un poco sobre 100 Lives. El 28 de abril me pidió salir un rato antes para ir a la marcha en la que la comunidad armenia recordó los 100 años del genocidio. Antes de irse, ese día, la vi contándole a sus nuevas compañeras de que se trataba, cumpliendo con la responsabilidad que lleva inscripta en el apellido, con sus tres letras finales.