Margarita Simonyan
Margarita Simonyan es una personalidad destacada cuyo nombre aparece, siempre, en la lista de las 20 mujeres más influyentes de Rusia. Es editora en jefe de la agencia de noticias Rossiya Segodnya y del canal de televisión RT y es muy prudente con sus palabras. Siendo alguien a quien suelen llamar la “portavoz del estado”, debe ser sumamente cuidadosa al responder cualquier interrogante, pero en especial si la pregunta es tan importante como “¿Qué significa para usted el Genocidio Armenio?”
“La familia de mi bisabuela fue asesinada hace cien años. Sus padres y sus hermanos mayores fueron masacrados cuando ella tenía alrededor de cinco años. Sobrevivió porque los miembros de su familia tuvieron el tiempo suficiente para envolverla en una alfombra y apoyarla en la pared. Los turcos no se dieron cuenta de que ella estaba parada ahí, presenciando la muerte de su familia.
Mi otra bisabuela me contó cómo todos sus hermanos y sus padres fueron masacrados en una noche. Sólo sobrevivieron ella y su hermana menor. Justo antes de morir, su padre les dio una moneda de oro a cada una, que mi bisabuela escondió en la boca. Tuvo suerte, un hombre turco de la zona la llevó con su familia. No fue sino hasta algunos años después que pudo dejarlos y volver a su hogar”.
La historia de la rama familiar que comenzó con esta bisabuela está relatada en el libro Truth for My Grandchildren [La verdad para mis nietos], escrito por el abuelo de Margarita, Sarkis Simonyan. El libro comienza con la historia de Neneka.
“Aún era una pequeña niña en la época del Genocidio Armenio en Trapezund (actual Trebisonda en el norte de Turquía). Gracias a su belleza, era rubia de ojos azules, Neneka logró escapar del sable. Un hombre turco adinerado la adoptó e hizo todo lo posible por darle la oportunidad de que aprendiera turco y conociera las costumbres locales. La hizo convertirse al Islam para que pudiera, con el tiempo, casarse con un turco. De hecho, lo mismo les ocurría a las niñas ucranianas, rusas, búlgaras y serbias alrededor de todo el Imperio Otomano”.
Como la misma Neneka lo admitía, después de tantos años de vivir con una familia turca, se olvidó su lengua materna y hablaba turco con fluidez. Sólo después de la derrota de Turquía en la Primera Guerra Mundial y con ayuda de la presión ejercida por la comunidad extranjera, Neneka fue liberada y llevada a Crimea. En 1922, a la edad de 16 años, se casó con Nshan. Así fue como la familia de Margarita se estableció en Rusia.
“Recuerdo a Neneka, me cuidó hasta los ocho años. Como mi abuelo relata en su libro, ella ‘me regalaba deliciosos dulces’ y me contaba historias y cuentos de hadas. En el momento de la masacre, tenía alrededor de nueve años y tenía una hermana menor, Alisa, quien también sobrevivió. Una familia turca se la llevó a Estambul. En su libro, mi abuelo cuenta que se siguieron escribiendo hasta 1933, pero luego perdieron contacto. Los siguientes intentos por encontrarla, por medio del Ministerio de Relaciones Exteriores, la Embajada y la Cruz Roja, fueron en vano. No recibieron ninguna respuesta de Turquía. No sabemos qué le ocurrió a Alisa. Mi hermana menor lleva su nombre.
Como verán, no soy ciudadana armenia, sino rusa. Para mí es difícil ver el tema desde el punto de vista geopolítico o hablar en nombre de Armenia como estado. Pero al mismo tiempo, soy armenia al igual que mi sangre.
Puedo hablar en nombre de la nación.
En general, a una nación no le importa la geopolítica o analizar las incorporaciones o pérdidas de un país. Es por esa razón que prefiero hablar desde otra perspectiva: como una armenia que recuerda a su bisabuela y sus historias, para mí es inconcebible que haya países que se nieguen a reconocer el Genocidio Armenio. Significa que estos países rechazan el hecho de que mis bisabuelas y mi familia fueron tratadas de esa forma. Como cualquier otro ser humano, para mí esto es injusto y perjudicial para la paz mundial, por más pretencioso que suene”.
Margarita Simonyan no cree que sus convicciones tengan que ver con su identidad nacional. “Como dije: soy armenia, pero soy ciudadana rusa. Es difícil reconocer qué valores son armenios, rusos o universales. Nunca me puse a pensar en eso. Tampoco cuestiono cómo mi nacionalidad influye en mi accionar. He adoptado una postura más moderna en relación a este tema. No defino a la gente según su identidad étnica, y no le recomiendo a nadie que lo haga.
Eso no es importante, lo que importa son los frutos de tu trabajo, tus creencias, tu visión del mundo y tus cualidades profesionales. En relación a los valores, cuando era más joven estudié en los Estados Unidos y puedo decir que los sectores más tradicionalistas de ese país comparten normas éticas y tradiciones que son mucho más conservadoras que las nuestras.
Haré todo lo posible por criar a mis hijos como personas de bien. Antes que nada, intentaré enseñarles armenio, idioma que yo lamentablemente no hablo. En ocasiones me encuentro en situaciones en las que me siento incómoda porque no puedo unirme a una conversación en un entorno donde se habla armenio y no se de qué se está hablando. Contraté a un tutor que le da clases a mi hija dos veces por semana. Leen libros, relatan cuentos de hadas, hablan y cantan. Mi hijo todavía es muy pequeño, pero cuando sea un poco más grande, definitivamente le enseñaré armenio. Si un idioma no se aprende desde chico, nunca será su primera lengua.
Deseo que el idioma armenio sea la primera lengua de mis hijos.
Todos los años, el 24 de abril, nuestra familia conmemora a los ancestros que fueron asesinados en 1915. Armenia era su tierra natal. Es el país que formó a su cultura, sus valores y sus rasgos personales. Cuando no tenga tanto trabajo, me gustaría viajar a Armenia para comprender mejor todo”.
La historia fue verificada por el Equipo de Investigación de 100 LIVES