Antoine Agoudjian
Nacido el 6 de febrero en Saint Maur, cerca de París, es el menor de tres hermanos. Su madre Ankine y su padre Clément eran obreros textiles. Antoine Harutiun Agoudjian creció y vivió siempre en Alfortville, esa pequeña Armenia a orillas del río Sena. Pertenece a la tercera generación de armenios, la última en haber tenido un contacto esclarecedor con los sobrevivientes del Genocidio.
En el año 2000, el fotógrafo inició un ambicioso proyecto sobre la memoria armenia, cuya columna vertebral es el Genocidio de 1915. Para realizarlo, recorrió la ciudad vieja de Jerusalén, El Líbano, Siria, Turquía, Irak, Irán, Georgia y Karabakh ; comarcas, regiones y países signados tanto por las tensiones como por los conflictos. Pero es en 2011 cuando, finalmente, los titulares de la prensa se hacen eco de este aventurero, ya que Antoine Agoudjian se convirtió en el primer fotógrafo en exponer un trabajo sobre el tabú del Genocidio Armenio en una galería privada en Turquía.
Más recientemente, en 2015, la editorial francesa Flammarion publicó, para el centenario del Genocidio su última obra, que reúne sus 27 años de inmersión en la cuestión armenia, titulada « Le Cri du Silence, traces d´une mémoire arménienne » (“El grito del Silencio, huellas de una memoria armenia”), cuyo prólogo fue escrito por su amigo Simón Abkarian, actor, director de teatro y dramaturgo.
Nieto de un oficial otomano
Artin Arydjian, originario de Erzrum y abuelo materno de Antoine, era oficial del ejército otomano en el momento en que estalló la Primera Guerra Mundial.
Radicado en Konya, el Capitán Arydjian se encontraba en misión cuando llegaron los primeros convoyes de deportados armenios. Sin embargo, no fue amenazado por las primeras olas de masacres y, incluso, ordenó liberar a los deportados armenios que llegaban a la estación de trenes de Konya en furgones para ganado.
Pero el aplazamiento de su más que probable condena por sus orígenes armenios no duró mucho tiempo. Viéndose obligado a escapar, partió hacia El Líbano, desde donde llegó a Bulgaria. Allí se casó con Epraksé, una joven armenia veinte años menor que él. “Mi abuelo estaba muy comprometido con la vida de la comunidad armenia de Varna, a orillas del Mar Negro. Él tuvo un activo rol en la construcción de la iglesia armenia de esa ciudad”. De Bulgaria, la pareja partió hacia Francia. Muchos años más tarde, Antoine recuerda haber encontrado descendientes de sobrevivientes de Konya que salvaron sus vidas gracias a la intervención de su abuelo.
Artin Arydjian era entonces muy cercano a una gran figura armenia de la época, el escritor y poeta Archag Tchobanian. “En nuestra casa hay fotos en las que vemos a mi abuelo jugar al backgammon con Tchobanian”.
Salvados por un Justo
Antoine lleva el nombre del padre de su padre, Anton Üyüdjian. Nacido en Ankara, Anton había ido a Küthaya, la ciudad natal del compositor Gomidás, para trabajar en la fábrica de calderas de quien se convertiría en su suegro.
Un espeso manto de sombra cubre los hechos que afectaron a la familia durante 1915. Siendo un niño, Antoine se acuerda cómo su abuelo paterno sobrevivió milagrosamente a diecisiete cuchillazos. Su joven esposa Varvar y toda su familia escaparon de una muerte segura gracias a la acción del Vali (gobernador) de Küthaya, Faik Ali Ozansoy (1876-1950). El Vali de Küthaya era un poeta lleno de humanismo. Con pasado de periodista, su hermano era Suleïman Nazif, quien en 1915 fue el Vali de Mosul. Un año más tarde, sería el representante del Imperio Otomano en Bagdad. En una carta enviada a su hermano, lo conjura para que no sea parte de la exterminación de los armenios, en honor a su familia. Camino a Constantinopla, se detuvo en Ras al-Aïn, donde quedó espantado por el horrible espectáculo. Sintió, observó y olió la putrefacción proveniente de cadáveres en descomposición, de cuerpos hinchados por las atrocidades sufridas, restos de mujeres desnudas asesinadas tendidos sobre el balasto de las vías del ferrocarril. Dijo entonces a los funcionarios turcos de aquella localidad: “Las masacres armenias marcarán la página más oscura de la historia turca”.
Antoine fue a Küthaya. Allí constató lo siguiente: “El nombre de Faik Ali Ozansoy desapareció de los archivos de la municipalidad de Küthaya. Sobre su tumba solamente se mencionó que era poeta.
Los turcos han querido borrar de esta manera su memoria para que no subsista ninguna huella del crimen”.
Después de haber llegado a Salónica, la familia se embarcó con destino a Marsella.
A su llegada en 1924, un funcionario francés estableció en sus documentos familiares el apellido Agoudjian. La abuela Varvar quedó embarazada en el barco y dio a luz a Clément en Marsella, padre de Antoine.
En Salónica, numerosos armenios acariciaban la esperanza de regresar a sus hogares. El incendio de la ciudad de Esmirna, así como las disposiciones del tratado de Lausanne de 1923, implicaron para ellos el exilio definitivo. Es en el puerto de Marsella que la familia se separa, ya que una parte de ella eligió continuar viaje hacia la lejana Argentina. “Entre los cinco, incluido mi abuelo, tres partieron a Argentina y dos se quedaron en Marsella”.
Cuando en marzo de 2014 viajó al pueblo de Vakif Kiugh para acompañar y asistir a los refugiados armenios de Kessab, quienes huyeron del ataque yihadista contra su localidad, Antoine vivió una escena similar a aquella vivida por sus ancestros en ese barco.
Alfortville, el corazón palpitante de la armenidad
A mediados de los años `50, los abuelos paternos de Antoine se establecieron en Alfortville. En esta pequeña ciudad, de fuerte concentración armenia, abrieron un taller de confección textil. “Del lado paterno hablábamos turco y del materno, armenio. Sin ser fanáticos, mis padres querían que siguiéramos siendo armenios, pero por el contrario no era posible hablar en casa sobre genocidio”. Alfortville en los años ´60 era un pueblo armenio con sus granjas, donde iban a buscar leche. En ese caparazón comunitario, sus padres transmitieron apasionadamente a la nueva generación esa noción inconexa llamada la armenidad. Antoine era travieso, poco apegado a los estudios, indisciplinado, por lo que pasó cuatro años, de 1971 a 1975, como pupilo en el colegio Mkhitarian de Sèvres.
Pero es a través de la danza tradicional que el vivió su primer despertar de la identidad armenia. Integró la troupe Navasart con la que partió giras en Francia y en el extranjero. Más tarde, en septiembre de 1981, la onda de shock producida por el comando de ASALA, que asaltó el consulado de Turquía en Paris provocó un clic en él.
El joven comenzó a interesarse por la causa armenia, a entender los pormenores de la cuestión. “Hay que entender que nuestra generación tenía la terrible impresión de que los armenios iban a desaparecer. Las manifestaciones estaban prohibidas en el centro de París, la prensa no hablaba nunca de nosotros, no teníamos ni siquiera el derecho a reclamar el reconocimiento del Genocidio”.
Fotógrafo de Armenia(s)
Lo que le interesaba a Antoine en esa época era la Armenia soviética, de la cual logró obtener algunas informaciones sobre los disidentes del régimen comunista, a través de la asidua lectura del periódico “Nueva resistencia armenia”. Hacia esa patria lejana y separada de la diáspora por la cortina de hierro, Antoine emprendió un primer viaje en 1983 para visitar a sus colegas bailarines. El joven armenio de Francia se asombró por esos “verdaderos armenios” que le recordaron a sus abuelos. En 1988, tras el terremoto en Armenia, la URSS abrió sus fronteras a la ayuda humanitaria y se dio la oportunidad para Antoine de poder instalarse esa tierra fantasmagórica y deseada. Partió en una misión por dos años en calidad de oficial de logística e intérprete y estableció un proyecto para los niños huérfanos y discapacitados. En Armenia aprendió el idioma de sus antepasados y, también fue en esta tierra, cuando su trabajo de ayuda humanitaria se lo permitía, donde tomó sus primeras imágenes.
De vuelta en Francia en 1990, la editorial Parentheses publicó su primera selección de imágenes, un cándido y exaltado testimonio de su inédita epopeya solitaria: “Le Feu sous la Glace” (El Fuego bajo el Hielo), prologado por el gran escritor italiano Alberto Moravia. Este fue el primer libro de una larga serie de obras. Antoine Agoudjian realizó un trabajo artístico único sobre la memoria armenia, pero reivindica también su alteridad. Si él, deliberadamente, tomó la decisión de no cambiar su nombre, la etiqueta de “fotógrafo armenio” está hecha a su medida. Eterno viajero delante de lo eterno, continúa sin descanso sus peregrinaciones en diferentes países del Cáucaso (Djavakh, Karabagh), en el Medio Oriente (Turquía, Siria, El Líbano, Irán, Palestina) y en cualquier lugar donde sobreviva una presencia armenia – visible o disimulada.
Antoine se alimentó del contacto con esos seres anónimos que le enseñaron a entrever el mundo armenio en su pluralidad, como un collar de perlas que estalló en mil pedazos.
Esto le ayuda a reflexionar sobre aquello que es la pertenencia a lo armenio, es decir “un acto de amor que experimentamos en lo más profundo de nuestro alma, sin necesariamente hablar su lengua o practicar su religión”.
La historia fue verificada por el Equipo de Investigación de 100 LIVES
Fotografías: colección privada de Antoine Agoudjian