Maya |
Más adelante, cuando Maya supo sobre la historia del Genocidio Armenio, comprendió por qué su abuela, quien se salvó de alguna manera, tuvo que cambiar su nombre y su fe.
“No estoy tratando de demostrar, una vez más, de que esto fue un genocidio. Que aquello que les pasó a mis ancestros no es una historia inventada, no es necesario demostrar. A mi me parece interesante ver cómo el genocidio, cien años después, sigue afectando ambos lados, cómo el genocidio continúa y divide ambos lados”, cuenta Naré.
El dolor de la negación
La heroína del film, Maya, decidió rendir homenaje a la memoria de su abuela y el día de conmemoración del centenario del Genocidio fue a Tsitsernakaberd. Sin embargo, tiene dificultades para pronunciar la palabra “genocidio” ante la cámara.
“Su rechazo fue la expresión de puro miedo. Me encontré frente a un callejón sin salida y debía encontrar la solución. Pasé un largo camino de angustia. Me puse como objetivo demostrar en la película el dolor de la negación. Quería que el público pueda sentir el dolor de la negación de cien años. Creo que Maya verdaderamente personifica el conflicto, de un lado se sufre y del otro, se niega”, dice Naré.