Lucie Abdalian
Votada como “Mejor Actriz” en los Premios de Cine Nacional Armenio y honrada con el Premio Celeste al arte contemporáneo, Lucie Abdalian es una artista multifacética sorprendente. Es quien es porque ama lo que hace. Su vida actual de neoyorquina cosmopolita, de espíritu libre, apasionada por la humanidad y la cultura fue más por casualidad que por un deseo obstinado de alcanzar la fama. A pesar de lo terrible de la guerra y de la migración forzada que debió vivir en su juventud, creó una nueva vida en torno a la belleza del arte.
La historia de Abdalian puede parecen atípica en otros contextos, pero no lo es cuando se habla de los armenios en los últimos 100 años. Nació en Beirut durante una guerra, con bombas que caían alrededor de su hogar. Luego de un intento de asesinato perpetrado contra su padre, Zaven Abdalian, sus progenitores decidieron partir y así fue que emigraron a Montreal, Canadá. Creció en esa ciudad, pero le faltaba algo, por lo que decidió dejar sus estudios en Canadá y mudarse a la costa oeste de Estados Unidos. Se instaló en el sur de California donde finalmente terminó sus estudios.
Al poco tiempo de graduarse se mudó a San Francisco. Y allí fue donde comenzó a pintar, no porque quisiera ser famosa o porque creía tener talento, sino porque necesitaba canalizar su creatividad, y lo logró por medio de la pintura.
Lucie Abdalian en su estudio en Ereván |
Dada por muerta
Lucie es descendiente de sobrevivientes del Genocidio Armenio; personas que, a lo largo de las generaciones, terminaron en lugares cada vez más lejanos de su tierra natal, en relación a la geografía, pero no a la cultura. “Sólo nos permitían hablar armenio en casa”, cuenta.
Si bien creció en un hogar 100% armenio, el Genocidio era un tema del que rara vez se hablaba.
Escuchó hablar del Genocidio cuando tenía cinco años. “Eso me traumó y no quise volver a oír del tema”, explica.
No conoció a su abuelo materno, Mihran, ya que murió a causa de una neumonía siete años después de casarse con su abuela, Hrantuhi, en Damasco, Siria; eran de Kesaria (Kayseri, en el centro de Turquía) y Marash (hoy Kahramanmarash, en el sur de Turquía). Antes de la muerte de Mihran, tuvieron dos hijos: Alice y Rose Mississian. Su abuela paterna, Lucine Kizirian, se casó con Hagop Abdalian, su abuelo paterno, en el Líbano. Tuvieron tres hijos: Hampartsum, Vany y Zaven Garabed.
El lado familiar del abuelo materno de Lucie. La mamá de Lucie (segunda a la derecha) parada junto a sus padres (tercero de la derecha y centro), junto con los padres del abuelo de Lucie (derecha). |
En parte por no saber mucho del Genocidio, Lucie no lograba comprender la ira de su abuela paterna; Lucie no se llevaba muy bien con su abuela cuando era chica. Una vez que creció, supo que su abuela había sido violada y abandonada desnuda en la calle y pudo sobrevivir porque se escondió bajo una pila de cuerpos sin vida. Llegó a Damasco a pie, sola, donde de a poco pudo reconstruir su vida. A pesar de las dificultades, Lucie dice que logró entender y amar a su abuela una vez que conoció el horror que había vivido.
Una promesa a cumplir
La historia de su familia materna es igual de dramática, pero menos truculenta. Su tatarabuelo, Messiah Mississian, nació en Marash. Tenía una fábrica de alfombras y cuando los turcos invadieron la aldea, le exigieron que les entregara un enorme tapiz, que era una reliquia familiar que él conservaba. La familia era protestante y el tapiz contaba las historias de la Biblia, como es común en las alfombras armenias. El castigo que tendría, si se oponía, era la muerte de todos los armenios protestantes de la aldea. Por lo que se vio obligado a entregárselos.
La familia de la bisabuela de Lucie, antes del Genocidio. |
Desde entonces, Lucie le ha pedido al dueño de las mundialmente conocidas Alfombras Tufenkian, James Tufenkian, que le ayude a encontrar el tapiz, si es que aún existe. Es una promesa que le hizo a su abuela materna antes de su muerte; una promesa que está decidida a cumplir.
Las dos partes de su familia desembocaron en Damasco durante el Genocidio y con el tiempo se instalaron en el Líbano, sus abuelos paternos habían cruzado primero Alepo.
El arte como un nuevo comienzo
Fue un amigo de Lucie quien le sugirió que presentara sus pinturas en un concurso de arte en San Francisco y así lo hizo. Para su sorpresa, resultó ganadora. En ese momento pensó que tal vez había algo más detrás de ese pasatiempo y comenzó a tomarlo más en serio. Empezó a pintar cada vez más, acumulando obras que almacenaba en su casa. Pero lo que terminaba en el lienzo no era lo que ella intentaba decirle al mundo, las tiró todas a la basura. Abdalian empezaría de nuevo.
Se enamoró.
Con un tatuaje en arameo dibujado a lo largo de su clavícula y vestida a la moda, como alguien que se arregla para un almuerzo de trabajo, Lucie sobresaldría en cualquier sitio, pero más en Ereván.
Sin embargo se siente en casa, en un lugar donde no suele haber personas que luzcan como ella.
Viene a Armenia para relajarse, reflexionar y recargar energías. Nueva York es una ciudad vivaz, lo cual es muy estimulante, pero puede tornarse muy agotadora también; Ereván es el lugar donde su mente descansa. Aquí es donde se conecta con la gente, se hace amigos y profundiza amistades. Es por eso que rechaza las invitaciones a cenas familiares multitudinarias: prefiere interactuar en la intimidad que suponen los grupos pequeños, en lugar de los grandes compromisos basados en lo que se acostumbra, lo pomposo y lo ceremonioso.
Armenia encierra sus propios desafíos, pero lo que Lucie produce aquí es la encarnación de la atmósfera creativa del país. Aquí, donde tiene poco o nulo acceso a las pinturas que le gustan, Abdalian encontró una solución ingeniosa: el maquillaje. El esmalte de uñas y el delineador que trae consigo en los viajes a su madre patria fueron los elementos que utilizó para crear pinturas de muchachas en papiros.
En el presente y más allá
Aunque Lucie haya comenzado su carrera como pintora, su creatividad parece no tener límites: un solo medio artístico no es suficiente. Toma fotografías, diseña vestuario y actúa. De hecho, su mayor logro, según ella misma, fue ganar el premio a “Mejor Actriz” en Hayak, los Premios de Cine Nacional Armenio por su papel en la película “Caucho”. El reconocimiento la tomó por sorpresa, pero estaba agradecida: “Me pasó algo que nunca pensé que me iba a ocurrir”, dice.
Para esta mujer armenia, ser armenia no tiene que ver con la historia, sino con el ahora. Tiene que ver con cómo se siente en Armenia, con cómo se siente en compañía de sus amigos armenios. La historia la moldeó: moldeó su vida, sus perspectivas, sus intereses, pero es una persona que vive en el presente y le interesa el presente.
Esa es la vida que llevan quienes tienen la fe puesta en el futuro.
Una persona que no dejó que lo inaguantable la tire abajo. Alguien que conoce acerca del mal en el mundo, pero que cree que el bien prevalecerá. Lucie Abdalian es esa persona, que, deteniéndose en los sobrevivientes de una terrible tragedia, expresa: “Pienso que no fueron víctimas, sino héroes”.